Posaba sus dedos en las teclas del ordenador escribiendo un poema que entregarle a la dulce flor de la cual estaba perdidamente enamorado.
Sus versos eran de gran hermosura y sinceridad. Quería mostrarle lo que guardaba dentro de su ser.
Sonaba una dulce melodía mientras escribía. Tomó un poco más del café que se había preparado y paso su mano por la frente. Estaba agotado, no había dormido en varios días, su trabajo lo consumía.
Era un escritor reputado, y últimamente había estado escribiendo algunas cosas día y noche. Siempre de la misma mujer, siempre del mismo rostro anónimo, siempre de "ella".
Se tiró a la cama y decidió cerrar los ojos y rememorar su dulce cuerpo, sus curvas insinuantes, sus labios dibujados en carmín y sus ojos, esos ojos que hacían volar a cualquier persona. Pero ella nunca sabría la verdad.
La carta que escribía nunca sería entregada porque no era lo suficientemente valiente como para demostrarle su oscura obsesión.
Eso le hacía sufrir más, porque siempre sería un cobarde y podría perder al amor de su vida, verlo pasar lentamente ante sus ojos... y el no haría nada... simplemente sufriría. Lloraría y escribiría versos de dolor, pero nunca le diría nada.
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